17 de julio de 2011

Bobada es bobada. Última Parte.

Bobada grande fue subir las cien gallinas de la finca al zarzo, donde dormíamos, y arrojárselas una tras otra a uno de mis hermanos hasta destripar unas cuantas. Los glúteos me duelen cuando recuerdo la golpiza de mi mamá por ser tan estúpido y revientagallinas.

En otra ocasión, cuando mi pendejada destelló al máximo por lo inmensa, fue cuando, en lugar de buscar los burros y traerlos a casa para cargar la leña, me fui de cazador de pájaros con la cauchera, gastando más de medio día con uno de mis amigotes en tan azarosa aventura. Mi madre me despellejó a rejo las posaderas como penitente promesero, sin poder aprovechar ni los pájaros ni los buenos consejos.

Finalmente la estupidez pasó la raya, porque un día soleado agarré a cazar pirispis con tan buena fortuna que llené dos salones con ellos. Para quienes no los conozcan, se trata de unos animalitos tiernos y delicados, que se dejan atrapar sin resistencia. El problema se complicó cuando sus progenitores, los pirispirispis, se enojaron de verdad, aullaron y pretendieron echar por tierra los salones perdiendo así mi linda colección de microscópicos avechuchos y estar a punto de ser linchado por tales sabandijas y por mis pacientes y despistados lectores.

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