21 de abril de 2011

La Guaca

Desde pequeño la vi. Era una llamita azul, igual a la que emiten las estufas de gas.
Al anochecer, mirando desde el camino real la contemplaba plenamente.
Yo gozaba viéndola, a veces me extasiaba durante un buen rato antes de seguir al pueblo a comprar las velas o el petróleo para la mechera.

El tiempo fue pasando pero la guaca no dejaba de alumbrar. Sólo para mí. Eso es cierto. A veces preguntaba a mis hermanos si ellos se habían dado cuenta de ella, pero no. Nunca tuvieron esa dicha. Yo era feliz con mi guaca, mejor dicho, con la luz de mi guaca. Se alzaba 20 centímetros del suelo y ardía y ardía sin cesar.
Si, el tiempo fue pasando. Cuando fui escolar la veía, igual sucedía en bachillerato y cuando estuve en la universidad y después en mis vacaciones de profesional, la veía y me emocionaba, duraba ratos muy largos observándola arder como una llamita prendida a mi corazón más nunca sentí ambición, querer enriquecerme con ella, nunca lo pensé. Para mí era mi amiga que alumbraba el camino de mis ilusiones y clarificaba mi existencia ¿para qué sacarla si ahí se sentía bien?. ¿Para qué venderla si los amigos no se venden?. Ella me acompañaba siempre donde quiera que estuviera. El sólo recuerdo me producía enorme satisfacción. Todavía hoy, a mis ochenta años la veo alumbrar, pero nadie más lo puede hacer. ¿Soy privilegiado?. Yo creo que sí. Algún día cometí el sacrilegio de querer ayudar a alguien, a Germán, pobre y enfermizo por el hambre. El conocía mi historia y me pidió compartirla. Yo prometí apoyarlo bajo la condición de que nunca se dejara llevar por la avaricia, serpiente inicua que se enrolla en el alma y la asfixia y estrangula. Lo llevé al sitio un jueves santo haciéndole jurar previamente no llenarse de envidia, ni de odio, ni de lujuria, ni de ambición. Así entregué mi secreto. Yo no quise ver el asesinato porque aquello para mí era un crimen. Matar a mi amiga infantil, adolescente y madura, mi amiga de toda la vida. Dos meses después conocí la realidad de su destino. La diabetes invadía su cuerpo y la próstata con su dolor agudo no lo dejaba en paz, volví al sitio de mi guaca. Todo continuaba igual. Nada había sido removido y ella me volvió a alumbrar alegre, esplendorosa, esperanzadora y firme, y yo le prometí nunca más causar dolor a nadie para que ella se mantuviera brillante, pura y limpia por los siglos de los siglos.

2 comentarios:

  1. José, me gustaría enlazar su blog en el mío. ¿Qué me dice?
    un saludo.
    gino

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  2. Era tuya y ojalá nadie sufriera en esta humanidad.
    Mi cariño para ti.
    mar

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