10 de julio de 2011

Bobada es bobada. II parte.

Fui tragador de caminos, también de paredes y toda clase de terrones, pues el vicio de comer tierra se me había metido en los más profundo del alma como un amigo sincero o como un sancocho de gallina.

A punto de reventar por lo clorótico y transparente se le ocurrió al gobierno trastearme para una colonia vacacional, a mí, a quien nunca había visto ni en sueños un sanitario, simplemente porque en el monte es innecesario un adminículo tal. El desconocimiento de la ley no es excusa, reza la sentencia. De tal manera que el primer día hice mi deposición junto a la taza de porcelana, pues ¿a quién se le ocurriría llenar de excremento una vasija tan valiosa? Para colmo de males no había hojas ni ramas, así que me restregué de arriba a abajo como lambada invertida en una esquina de aquella pieza tan elegante. Tomadas las anatómicas medida por una de las institutrices, fui vapuleado de lo lindo con una vara de totumo.

Soberana ignorancia fue también tratar de detener un toro con un zurriago cuando se me vino encima como suegra enmariguanada y me sopapeó las costillas y las piernas y me dejó más triturado que si me hubiera pasado por encima una motoniveladora.

Fue una estulticia también haberme liado a golpes en la escuela, pues el tal boxeadora sabía donde ponen las garzas, y sobre todo qué ponen, porque me agarró fuertemente de los testículos y me arrastró por donde a él se le dio la regalada gana, hasta cuando se me agotaron las lágrimas. De ahí en adelante pienso que soy un testiculón.

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