23 de abril de 2011

A la palabra...

Hoy rendimos culto a la palabra nuestra porque ella es el capullo de nuestra civilización. Sin ella, la vida sería como un jardín sin flores.

La palabra es una diosa a quien se debe conservar en el más precioso de los altares, allí donde no la contamine la más leve brisa de la polución idiomática, pues de todas las cosas importantes y dignas del género humano ella resalta fulgente ante el mundo como el emblema vigoroso, ágil y más representativo de la especie homo sapiens.

Con ella se condena o se salva, se distingue o se envilece, se apoya o se traiciona, se manipula o se aconseja, se entristece o se alegra, se justiprecia o se denigra. Alabado sea el hombre porque fue distinguido con ella, la más alta de todas las condecoraciones.

Con su aliento amamos u odiamos, discutimos o pacificamos, vamos hasta el fondo de los abismos o nos levantamos victoriosos con el halo inmenso de su histórica misión. La vapuleamos a diario con bromas, chistes o chascarrillos, pero reconocemos su gloria en las páginas inmortales de aquellos cuya trayectoria hizo arte combinando primorosamente ese sinfín de posibilidades hasta llegar por medio de la imaginación al cielo infinito de su concepción deífica.

Para todo acto humano su origen es la palabra y termina el drama, la comedia o la tragicomedia cotidiana con su intervención plurivalente como los diversos senderos de la vida que se proyectan hasta el más allá de nuestra limitada acción cerebral. La palabra seguirá enarbolándose cual bandera erguida ante los vientos de la incomprensión o la maledicencia pues su colorido indefinible y puro la convierten en alma invencible ante los siglos para proyectarse a la posteridad.

De poco valiera el pensamiento si no se pudiera expresar con la palabra. Eso es lo que la hace divina, seductora, hermosa, necesaria y sabia para los habitantes del planeta tierra. Ella es la sal que a todo da sabor, es el condimento que a cada quien hace responsable o delincuente, sabio o zafio, perseguido o perseguidor, retraído o extrovertido.

Ella marca las diferentes facetas del hombre al paso por su existencia de niño, de joven, o de maduro. Es ella el pilar de la cultura y es ella quien marca la gracia o la desgracia de los individuos porque su uso es como el manejo de una espada de doble filo que en cualquier descuido hiere a su dueño o lo convierte en vencedor ante su adversario. Ella va con nosotros desde el principio al fin sin abandonarnos jamás.

Camina con nosotros cual la sombra y nos hace cultos o procaces, inermes o fantasiosos, atrevidos o pusilánimes, aventureros o sedentarios. Viajará con nosotros desde la cuna hasta la tumba y cantará los nanas y arrorrós, pero también pronunciará en su justicia infinita las preces de los amigos y los familiares en el momento final, en la lúgubre despedida.

Ella continuará sonando cuando los últimos puñados de tierra caigan sobre el sarcófago frio y la campana señale que ya es hora de dejarle porque la noche se aproxima y otros, acaso más afortunados, vengan a recoger los frutos de su herencia que no son más que el ejemplo dejado con la acción y la palabra.

2 comentarios:

  1. Muy hermoso blog,es un placer llegar a el,y encontrar letras tan bellas,un saludo fraterno.

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  2. así la palabra existe desde que fue encarnada
    unos la han usado otros la han callado
    y para otros no vale nada.

    pero la palabra es en si la que mueve todo
    incluso montañas con la fe fundada y esto
    no tendría sentido sin la palabra hablada.


    te saludo Jose y te doy la bien venida a mi blog ilustre caballero de la palabra.


    desde donde flota la palabra

    un mar de sentimientos.

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