26 de mayo de 2011

Cunday

La primera vez que oí el nombrecito me sonó a flor. Claro, la flor de Cunday, como la flor de Iraca, la más verraca, la divina flor. Después pensé que se trataba de una planta medicinal: el Cunday, como el Yantén, el poleo, mirándolo bien, lo asocié con las serpientes, tenía que ser una de ellas.
La serpiente Cunday, como la Coral, la Equis, la Cazadora. Pero no. Tampoco.
Ninguna de las anteriores. Estudiando los textos más antiguos de la biblioteca de Alejandría vine a descubrir que se trataba de un jefe de tribu, no de cualquier tribu, sino la de los cundayes, de la sangre pijao, aquella que en una sola batalla le mató ochocientos soldados a Baltazar Maldonado. ¿Qué tal? Me causó curiosidad y quise conocerlo.

Para llegar es necesario traspasar la selva, con sus lianas, sus raíces, alacranes, serpientes, precipicios, plantas ponzoñosas y aguas envenenadas.

¿A qué se debe tanta protección?

La naturaleza se defiende. Más allá de los peligros está el Edén: un pueblito con la paz que todos desean, con la tierra fértil que no se halla ent odos lados, con la candidez de sus gentes, las mismas que pintaba Voltaire en su "Cándido": la abundancia de peces, frutas, ganado, minerales, aguas medicinales y, sobre todo, las cuevas más grandes del mundo.

¿Que no lo cree? Vaya nada más y lo ve con sus propios ojos: salones inmensos de granito y de mármol, paredes de cuarzo que fulgen a la luz de las lámparas como el palacio de Aladino. Pocos conocer este paraíso terrenal llamado las cuevas del Edén, pero quien tiene la fortuna de apreciarlas no quiere irse de allí, no quiere retornar a su labor y a su rutina porque el encanto de este sitio privilegiado del planeta tierra es solamente para los elegidos, para los atrevidos, para los valientes.


JOSÉ LIBARDO MEDINA TORRES.

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